En una ocasión, un dragón se aproximó hasta un lago de aguas espejadas para calmar su sed y, al acercarse a las mismas, vio su rostro reflejado en ellas y pensó: "¡Vaya! Este lago debe pertenecer a este dragón. Tengo que tener mucho cuidado con él". Atemorizado, se alejó de las aguas, pero tenía tanta sed que regresó al cabo de un rato. Allí estaba otra vez el "dragón". ¿Qué hacer? La sed lo asfixiaba y no había otro lago a menos de dos días de viaje. Retrocedió. Unos minutos después volvió a intentarlo y, al ver al "dragón", abrió las fauces de forma amenazadora, pero al comprobar que el otro "dragón" hacía lo mismo sintió terror. Salió corriendo, pero ¡era tanta la sed! Lo intentó varias veces de nuevo, pero siempre huía espantado. Pero como la sed era cada vez más intensa, tomó finalmente la decisión de beber agua del lago sucediera lo que sucediera. Así lo hizo. Y al meter la cabeza en las aguas, ¡el "dragón" desapareció!