-Estoy preocupado. Presté a un desconocido una moneda de plata y no tengo ningún testigo de ello, por lo que puede negar que le haya hehco el préstamo y me quedaré sin dinero.
Como el hombre estaba muy confundido y nervioso, los amigos comenzaron a consolarlo, pero sin saber darle una solución a su problema.
-Si el hombre no me devuelve ese dinero -dijo el apenado samurái acreedor-, mi mujer me va a matar cuando lo descubra. ¿Qué puedo hacer?
Uno de los amigos, percatándose de la presencia del monje zen en la taberna, dijo:
-¿Por qué no le preguntamos al viejo monje? Tal vez a él se le ocurra algo.
Los otros hombre replicaron :
-¿Pero eres tonto o estás loco? Ese hombre está en las nubes.
El anciano escuchó lo que decían, se hacercó a ellos y dijo:
-Perdonad que intervenga, amigos -y después se dirigió al hombre compungido y le aconsejó-: Reúnete en compañia de tus amigos con ese hombre y dile que te devuelva las diez monedas de plata que le prestaste.
-¡Pero si sólo le presté una moneda! -replicó el samurái, desconcertado.
Y el monje zen dijo:
-Será lo que él te conteste en seguida y ya tendrás testigos. Entonces podrás obligarle a que te pague.